lunes, 27 de octubre de 2014

Antes

Me compraba, antes, caramelos con cinco centavos. Sí, con cinco centavos, y como nadie llevaba monedas de cinco me compraba dos caramelos, mínimo. Sólo con cinco centavos: caramelos. No sé qué pasó, pero ahora ya no me compró nada con cinco centavos, y con diez tampoco, cuando antes me compraba dos caramelos con diez centavos (y uno con cinco, claro) y me sentía tan feliz con mis caramelos y mis centavos. Me duele, porque ahora compro menos caramelos, y las moneditas de cinco y diez centavos se acumulan en la alcancía de lata pintada, esa que contrasta con el blanco de la mesita y la pared, del techo y el piso, porque es roja, como el color del envoltorio de los caramelos de cereza, aunque otros caramelos de otros sabores también tienen envoltorios rojos, así que no podría precisar que sean siempre de cereza los caramelos que vienen envueltos en papel rojo, como si lo carmesí fuera duda y la duda caramelo. Antes me servían para comprar caramelos, con cinco y diez centavos, las moneditas, pero antes era antes y ahora, no sé. Hace calor y los caramelos se ponen más dulces, dicen que es todo mentira, pero yo los siento más dulces, como si se evaporara algo que bloquea el despliegue de la absoluta dulzura del azúcar del caramelo; acá, no me alcanza para comprarme caramelos, porque tengo cinco centavos, y ya no sé cuánto salen, pero no salen cinco centavos, y me pierdo el dulce y los centavos y los caramelos.
Por eso me gusta besarte, porque sin moneditas ni de cinco ni de diez centavos puedo sentir el dulce del caramelo, pero no el del envoltorio rojo, sino un caramelo que no se envuelve y que se siente diferente a los otros caramelos. Quizás, como no se paga con moneditas, no sea un caramelo, pero se siente parecido, así que debe ser. Cuando hace calor, es igual que siempre, pero así de igual siempre me sorprende, porque no es un simple caramelo, tal vez sea uno evolucionado, o la absoluta dulzura. Puede ser, también, que hayas sido un caramelo, y hayas costado moneditas de cinco y diez centavos, antes, y hayas estado envuelto en papel rojo como mi alcancía, y hayas esperado y esperado mucho que alguien te comprara, días y días, sufriendo veranos de calor, hasta que el calor evaporó todo lo que te obstruía y te hiciste un caramelo más perfecto. Yo no sé, pero ahora estás acá porque quisiste estar, sin envoltorios, sin costar moneditas de cinco o de diez centavos, porque vales más que todas las moneditas del mundo y estás acá. ¿Por qué, entonces, sigo siendo infeliz, con mis moneditas que ya no alcanzan para comprarme caramelos, de esos de envoltorio rojo, que antes salían cinco centavos, y yo me compraba dos por diez centavos, y todavía más, cuando hacía calor, y se volvían más dulces?

jueves, 9 de octubre de 2014

Emma Zunz - Jorge Luis Borges


   El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguánuna carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.
    Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto contínuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue asucuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería.

lunes, 6 de octubre de 2014

Mermelada de frambuesa


Puede no haber amor
y ser una casa vacía
de reina la soledad
que en silencio escupía
torrentes de ruidos
rosa limón filosofía

Puede no haber pasión
y ser un lugar aburrido
sin violonchelos dulces
ni contrabajos heridos
tal vez un piano fondo
toca acordes partidos

Puede no haber blanco
y ser un lugar pesado
revolearse los muebles
y lastimarse callado
sin globos de colores
pero hematoma prado

Pero jamás puede faltar
en la heladera o atrás
un frasco cualquiera
de mermelada

Desayuno, sobre la mesa
Mermelada de frambuesa