jueves, 30 de abril de 2015

Volubilidad

Katerina Plotnikova Photography
Zarandeándose, sisea 
Silencioso, mas suspira
Se va, y a ya ser

Calle, que no comprende
Usted, no es personal
Es cosa de cobardes
No comprende, que calle

Si se va y sale ya
Huyendo, diluido
Silencia siseos sarasa

miércoles, 18 de marzo de 2015

Anécdota II (Cuando podía ver las estrellas)

Recordaba, hace poco, cuando era una niña pre-púber que sufría de migraña (o lo que fuera que esos fuertes dolores de cabeza y descompostura general tan frecuentes fueran). El problema comenzó cuando teníamos que prometerle fidelidad a nuestra patria, Argentina, a los diez años. De guardapolvo blanco impecable y virginal, nos encontrábamos alineados de ambos turnos una mañana de junio, invernal, con guantes blancos y una banda argentina que atravesaba nuestro pecho, desde el hombro hasta el moño que la manito derecha (si es que era la derecha, siempre confundo la dirección de las bandas) acariciaba nerviosamente. Las maestras nos miraban con orgullo pintado de desinterés, y podían recitar de memoria los nombres de cada uno de los casi ochenta niños erguidos, apretando los labios, que eran fríos y calientes al mismo tiempo, y en el público estaba la familia siempre tan numerosa, un conglomerado de padres, hermanos, abuelos, tíos, y quizás también el vecino del amigo del sobrino de la prima del novio de la madrina de mamá, todos con una lágrima amagando a derrocharse en cualquier momento del acto formal. Habíamos estudiado de memoria ya no recuerdo qué, pero todo terminaba con "sí, prometo", y creo que la pregunta consistía en si prometíamos lealtad a la bandera, esa, la de Belgrano, la que se alzaba en el imponente mástil del colegio, un falo gigante y masculino dentro de la femineidad sumisa (que era casi un insulto para la femineidad en general) de un colegio católico de una congregación de religiosas. Será la presión de prometer lealtad eterna a una edad en la que empezaba a vislumbrar lo efímero de la vida y lo débil de la lealtad, o quizás el frío, o vaya uno a saber qué, pero el águila guerrera no recibió mi juramento. Una palomilla blanca voló hasta un lugar seguro a deshacerse en palidez calavérica, vómitos y eso que mi descompostura acarreaba, con sus preocupados y amantes padres velando por ella, mientras el resto de mis compañeros se convertía por fin en la encarnación del patriotismo. Yo veía estrellitas, enceguecida, yo veía estrellitas.
Mi promesa de lealtad tuvo que esperar un año, y fue, por mucho, emocionante.

viernes, 13 de febrero de 2015

Conocidos

"Man Woman Bird", Winston Chmielinski
No sé si te conozco del barro
O de alguna reunión
Te vi
Te viví
Te viviré
Te viviremos

Si quizás del barro
Y de alguna reunión
Mejor lo mismo
Pintarrajeado o
Límpido, sí va a 
Equidistar, a veces

De día. Casi lo mismo
A todo, veces todo
Del barro conozco sé no
Otra alguna reunión

Ya te vi
Ya te viví
Ya te viviré
Ya te viviremos
Belén y yo
Esa que la conozco
Si quizás del barro
O de alguna reunión

domingo, 18 de enero de 2015

El gato (relato de "El libro del verano" de Tove Jansson)

Era un gatito diminuto, cuando lo trajeron, y sólo podía beber la leche de un gotero. Por suerte tenían aún el biberón de Sofía en el altillo. Al principio, el gatito dormía dentro de un cubretetera para mantenerse abrigado, pero cuando pudo tenerse sobre las patas le permitieron dormir en la cabaña, en la cama de Sofía. Tenía su propia almohada, junto a la de ella.
Era un gato gris, de los que suelen tener los pescadores, y creció con rapidez. Un día abandonó la cabaña y se mudó a la casa, y allí pasaba las noches en la caja donde ponían los platos sucios. Ya entonces tenía ideas propias. Sofía volvió a llevarlo a la cabaña y trató de congraciarse con él, pero cuanto más amor derramaba sobre el animal, tanto más rápido se escapaba a la caja de los platos. Cuando la caja se llenaba demasiado, el gato maullaba y era necesario que alguien lavara los platos. Su nombre era Ma Petite, pero lo apodaban Moppy.
-El amor es raro -comentó Sofía una vez-. Cuanto más quieres a alguien, menos te quiere a ti.
-Es una gran verdad -repuso abuela.- ¿Qué haces, entonces?
-Sigues queriendo -dijo Sofía con aire amenazador-. Quieres más y más.