jueves, 28 de agosto de 2014

Haciéndome un regalo


Alcanzando la envidia de aquellos que recién se aventuran en la terrible adolescencia y el respeto de esos que ya la superaron hace ya bastante tiempo, festejo mi cumpleaños de dieciocho. Me preguntan qué se siente, y yo respondo, bueno, es igual que ayer, sólo que ahora no sólo iré a votar por gusto (es un derecho, ¿vio?) y los romances con grandes diferencias de edad pierden un poco la gracia de lo prohibido. Cuando camino por la calle, cuando escucho la Elegía de Grieg, cuando contemplo una escultura extraña, suelo olvidarme de todo eso que me determina, incluyendo la edad; como mi día de hoy tuvo un poco de esto y un poco de aquello, tampoco estuve muy pendiente de lo que significa otro aniversario de haber nacido.
Sea como sea, es mi cumpleaños, y esta entrada es un regalo a mí misma. Me quiero recordar a un par de franceses que nada tienen que ver entre ellos, pero sin embargo, ¿no se complementan estas dos obras, como si hubieran sido hechas para ser apreciadas la una junto a la otra simultáneamente? ¿no atenúa la dulce guitarra las palabras tan agrias de un poema maldito? La sarabanda, de Francis Poulenc (dirección URL seguido), y "Transposición, control" de Michel Houellebecq (mi adorado Michel Houellebecq).

martes, 26 de agosto de 2014

Un siglo de Cortázar

Un día como hoy, hace cien años (casi una eternidad para mí) nacía Julio Cortázar, en Bélgica. Es extraño, porque cuando quiero ponerme a hablar de uno de mis mayores ídolos literarios, me encuentro con un vacío, una limitación. He leído muchas cosas de este hombre, pero soy una completa ignorante sobre el hombre en sí ¡Qué vergüenza, che! Y, en realidad, si recordamos su nacimiento, hacemos alusión a su existencia, su paso por el mundo como ser humano más allá del gran genio de las letras. 
¡Menuda vida la de este tipo! Sin patria, porque en la tierra de sus padres él no había nacido, y sintiéndose parte de una nación de la que estuvo fuera muchísimo tiempo ausente y donde, al regresar, tampoco tuvo una bienvenida muy grata. De palabras claras en el papel, pero español un poco raro en el habla, se atribuya a un defecto del habla, al acento de su lugar de nacimiento, a un francés inherente premonitorio de su futura vida parisina, o a lo que sea. Como los cronopios, que, según él, sufren más, porque siempre van contra todo, se oponía a los órdenes establecidos y seguramente tenía una debilidad casi de esencia por romper las reglas. Subversivos, decían entonces unos; genio, decimos otros. Un alma inquieta que nos enseñó a dar cuerda un reloj o a subir una escalera como se debe, y nos mostró lo maravillosa que es la realidad cotidiana si le prestamos la atención que merece. Pero, por sobre todo, un niño juguetón, lo lúdico, lo fantástico. 
Julito, me apena no haberte conocido, y ni siquiera haber sido contemporáneos. Pero ambos somos de virgo, y, ¿viste? por ahí tiene algo que ver. Qué sé yo.

lunes, 25 de agosto de 2014

Mi ciudad azucarada

Caían con violencia incontables bolitas de poliestireno expandido, y yo observaba desde mi ventana. Se acumulaban en las canaletas, los cordones de vereda, los baches de las calles y los espacios entre las chapas de los techos, y el paisaje se parecía, un poco, a la mesa del café Violeta cuando se me rompe el sobrecito de azúcar sin querer: Blanco, de a partes. Estaban completamente fuera de sus cabales, parecían suicidas esas pelotitas. Se mataban, pero lastimaban a cualquiera que se atravesara en su camino. Me dieron pena los árboles de allá, lejos, que no tienen la suerte de contemplar el pintoresco espectáculo desde la ventana de su habitación porque están estancados a la intemperie. También las pacíficas aguas de mi pileta; cada golpe que recibían me dolía a mí también, y casi podía sentir las lágrimas que soltaban empapándome el pijama. Creo que estaban enojadas, porque se habían vuelto tempestuosas. Turbias.
Me preocupó, y mucho, el destino de los vendedores de tergopor: Su peor pesadilla hecha realidad. Imaginé locales cerrados y niños muertos de hambre durmiendo en cajas, cómodos sobre las bolitas, y sus padres, entre lamentos, preguntándose qué cosa tan terrible habían hecho para que dios les arruinara el local sobre la calle Sarmiento. Pero un poco lo compensa la infinita alegría que de seguro los estudiantes de arquitectura experimentaban: Se ahorrarían millones en maquetas. Ya casi las veía frente a mí, en las calles, en las escuelas, en los museos, en mi casa. No más libros, sólo maquetas. 
Intenté visualizar a mi familia, congregada en una iglesia a medio armar para escuchar al padre Alberto. Mis hermanos, de seguro, asomaban tímidamente tarritos de colores para juntar hielo, emocionados, porque nunca habían visto un granizo tan potente. Y el padre Alberto, triste, veía la atención de la gente desplazarse hacia los ventanales, y sentía su voz hacerse silencio entre los guturales gritos de las chapas desnudas, arriba. 

¡Me encantan las precipitaciones!

miércoles, 20 de agosto de 2014

Roberto Bolaño

Como estoy teniendo una semana chilenísima (tengo visitantes de Chile en mi casa) pensé que, tal vez, la situación estaba para recordar un poco a Roberto Bolaño. Porque, verán, hablando con los del otro lado de la cordillera, nadie sabía nada del pobre Bolaño (esto se podría tranquilamente a sus atribuir a sus edades, pero creo que la lectura no depende demasiado de velitas que haya soplado el lector). A mí, en lo personal, me parece un escritor extraordinario, casi un emblema de Chile junto con Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Por eso quería dedicar un post a alguno de los maravillosos cuentos con los que el ganador del premio Rómulo Gallegos 1999 me enganchó. Una especie de "amor a primera lectura".

Llamadas telefónicas

B está enamorado de X. Por supuesto, se trata de un amor desdichado. B, en una época de su vida, estuvo dispuesto a hacer todo por X, más o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. X rompe con él. X rompe con él por teléfono. Al principio, por supuesto, B sufre, pero a la larga, como es usual, se repone. La vida, como dicen en las telenovelas, continúa. Pasan los años.

domingo, 17 de agosto de 2014

Espantapájaros - Oliverio Girondo

Siendo hoy el cumpleaños número 123 del gran poeta, me pareció acertado recordarlo un poquito. En lo particular, me resulta casi imposible hablar de poesía sin acordarme de Girondo, así como para hablar de Girondo necesito la poesía. Por eso, he aquí "Espantapájaros", algo, digamos, para mirar:


El testigo

En pleno invierno, de madrugada, iba una figura encorvada y tiritando de frío caminando por las calles vacías de la ciudad. Nadie sabía su nombre porque nadie quería saberlo tampoco. A nadie le importa un indigente. Era sólo una irregularidad del paisaje, que, al igual que todos esos errores de la naturaleza, no podía ser alterado por la gente promedio, al parecer. Por eso, impotentes, las personas sólo se limitaban a ignorarlo. Y era inconsciente, porque no planeaban o se organizaban para afrontar este desalineo, sólo actuaban regidos por su sentido común. 
El mendigo sin nombre miraba las vidrieras que no se veían, se mojaba por la lluvia que no caía y se alimentaba de la esperanza que no tenía, mientras pensaba con la cordura que le faltaba. Se acordaba de la mujer que el día anterior le había regalado un paquete de galletitas. Y también su memoria reproducía las confusas imágenes de su charla con su fallecida madre (¿o era su esposa acaso?) que, al parecer, nadie más que él veía y escuchaba. Estaba tan aburrido de la vida, ésta jamás terminaba. Tenía la ligera sospecha de que el suplicio sería eterno, o que tal vez ya había muerto y estaba purgando sus culpas ante quién sabe qué deidad de todas las propuestas. 

jueves, 14 de agosto de 2014

Carta a una señorita en París - Julio Cortázar

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.

martes, 12 de agosto de 2014

Mediamañana escolar

Se ven ¡allá! mesitas
todas, iguales, rectas
ridículas, ordenadas.
Pero arriba, ¡puta!
Susurran, susurran,
en susurros oscuros
de escotes egoístas

Miraba, ¡acá! nariz
imperfecta, en punta,
montañosa, destella
sobre labios ¡Y qué!
Suspiran, suspiran
suspiros imaginarios
de qué color serán

Pregunta ¡Este...! causas
Si efectos son lo mismo
iguales, verdes, azul
y se chocaron ¡Al fin!
Soñaron, soñaron
en sueños extraños
el roce de zapatos

domingo, 10 de agosto de 2014

Primeriza

Y arrancamos así, creo. Sin saber qué decir. Yo creo que debería haber un manual de instrucciones sobre cómo escribir la primera entrada de tu blog. Cortázar se la comió. Es que el problema no son las entradas, son las primeras veces. ¡Insoportables! Con la presión de salir bien, pero inmaduras por falta de ensayo previo. Los hermanos mayores, los estrenos, el primer amor... ejemplos de lo imperfecta y desequilibrada que es la vanguardia. Pero a mí me encanta igual.
¿Presentarme? ¿Hablar de palabras, de sonidos, de direcciones, de sentimientos? Qué se yo. Tal vez sea un desastre descomunal. Es que es mi primera vez.