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"Y yo te digo, boluda, que no es fácil ser la encargada, porque después todos te odian porque, no sé, llevas la cuenta de las llegadas tardes, y cuando una llega tarde, pum, te dicen de todo, de por qué me ponés a mí si vos llegás peor de tarde, y vos a vos misma no te decís nada, y seguro que ni te anotas. Pero qué sé yo, la peor es Romina. Todo bien con que esté embarazada, pero falta sin avisar y no sé qué. O sea, el otro día llamo al local a ver si estaba todo bien y me dicen que la mina se había ido. Después hablé con ella y estaba en el médico, ¿viste?, pero ni avisa. O sea, en el local, a mí, un llamadito, un mensaje, un whatsapp. Nada, ¿entendés?, ni que pudiéramos adivinar a dónde va. Además, la excusa es que está embarazada, y, a ver, está de dos o tres meses, que no joda. Ni que tuviera panza o algo así. Yo estoy igual que ella, así que no sé. Y no puedo pedir que la echen, ¿viste? aunque ya viene haciendo quilombo hace rato, porque está embarazada... ¡Hola! Cualquier cosita, pregúnteme."
Adentro sólo se escuchaba el lejano ritmo del tren sobre las vías, ese tutú tutú pegadizo que le produce un bonito escalofrío a cualquiera que lleve largo rato esperándolo. Como casi sombrío podría describirse el ambiente de oscuridad pegajosa y sentidos raídos, tal vez roto por el tenue reflejo de la luna disfrazada de smog que pegaba de lleno en la heladera. Era como la imagen del nihilismo en su máximo esplendor, pero un poco menos grisácea y con sal.